Gran apasionado del vino, la gastronomía y la ópera, este economista, abogado y wine-broker tuvo la sensibilidad de percibir, allá por los años ochenta, el gran potencial vitícola de Abadía Retuerta pese a que en la finca no quedara ya ningún rastro de viñedo.
Juan José Abó no es un personaje corriente. Para empezar, nació mirando a Francia en el valle de Arán, una comarca casi secreta de la provincia de Lérida en la vertiente norte de los Pirineos que tiene su propia lengua. El aranés es una variante del occitano que Abó no ha dejado nunca de hablar.
Su mujer, de origen bordelés, le transmitió la devoción por la cultura del vino y la gastronomía. Cuando se conocieron, él tenía 18 años y bebía coca-cola. Pero con el tiempo se convirtió en un buen conocedor de los grandes vinos franceses. Entró a formar parte de la Academia Internacional del Vino a mediados de los setenta y, animado por sus amigos productores de la asociación (Louis Jadot, Paul Jaboulet Aine, Jean Louis Chave o Auguste Clape), empezó a importar algunos de sus vinos a España. “Muchos me los tenía que beber”, recuerda, “porque en aquella época nadie quería vino francés”. Desde los años ochenta, además, es el único miembro español de la Academia del Vino de Francia. Su mujer, que es una excelente cocinera, le da la réplica en la defensa de la buena mesa y los productos regionales de su país desde la Ordre des Dames du Vin et de la Table.
Cuando Sandoz, la compañía farmacéutica con la que había colaborado previamente en calidad de economista y abogado, le pidió consejo sobre una finca que habían adquirido en el valle del Duero, Juan José Abó ya se había recorrido algunos de los viñedos más legendarios de Francia. Esta entrevista recoge el relato de cómo se gestó la Abadía Retuerta actual y de los vinos que se elaboraron durante sus primeros años.
¿Cómo recuerdas tu primera visita a Abadía Retuerta?
Fue en 1988 con Xavier Brugué, presidente de Sandoz España. Viajamos en un avión de Aviaco al aeropuerto de Villanubla en Valladolid y descubrí una finca fenomenal con una abadía al lado que se dedicaba entonces al cultivo de cereales. Eran 710 hectáreas de las que unas 250 habían sido de viña hasta su arranque a finales de los 70 por parte de su anterior propietario.
Después de recorrer a pie siete veces la Borgoña junto con mi esposa en los años setenta, me imaginé enseguida el pueblo de Gevrey-Chambertin. Me pareció un lugar mágico. Visitamos también la abadía, que era donde se almacenaba entonces el trigo. Xavier estaba decepcionado y me preguntó si se podía hacer algo porque tenían ya algún comprador interesado. Pero una tierra que se ha regenerado durante 10 años es algo muy positivo para el vino.
¿Hubo algún elemento definitorio para dar el paso?
Hipólito, la persona encargada de la finca en ese momento, nos descubrió una serie de documentos que acreditaban que se había producido vino desde el siglo XII y que en el siglo XVII se habían servido vinos a la corte de Valladolid.
Más allá de los naturales recelos que generó la llegada de una multinacional a la zona tuvimos mucha ayuda de gente local como Pablo Álvarez, de Vega Sicilia, y su enólogo de entonces Mariano García, quien me explicó en una cena en la bodega que antiguamente cogían uva de una parcela de Retuerta que se llamaba el Prado del Aceite.
¿Cómo veía Sandoz entrar en un negocio tan ajeno al suyo?
Hubo muchas discusiones internas sobre si era positivo o no que una empresa farmacéutica produjera vino. Ellos no habían comprado una bodega sino una finca para plantar semillas. La compañía estaba entonces presidida por el doctor Marc Moret y la idea de hacer vino en ese momento parecía bastante lejana. Pero yo siempre defendí que le daba humanidad y que el vino es parte de la civilización cristiana. Les dije también que no había recetas para hacer un best-seller ni una película de diez oscars, ni un gran vino.
También hice saber al Consejo que el vino se elabora en la viña y que teníamos un socio impredecible que es la naturaleza y que suele expresarse con parsimonia porque detesta las urgencias.
Afortunadamente, el Sr. Moré se acabó poniéndose de nuestro lado y nos ayudó a llevar a cabo todas las ideas que teníamos.
¿Cuáles fueron los primeros pasos?
Manejé las cosas como pude con Xavier porque al principio no había estructura. Hicimos viajes a Borgoña, Ródano y muchos otros lugares porque le tenía que enseñar lo que era una bodega.
Enseguida entró en juego Vicente Sotés, catedrático de viticultura, hombre honesto y de gran cultura. Hizo un estudio de la finca y a partir de ahí una plantación de tempranillo y algo de cabernet.
Contacté también con muchos amigos de la Academia como Perrin de Beaucastel en el Ródano o Montille en Borgoña para que nos asesoraran, pero de todos los que traje el único que tenía mi filosofía era Pascal Delbeck, que elaboraba los vinos de Château Ausone y Château Bélair en St-Émilion y era conocido en Burdeos como “el rey del merlot”. Le contratamos en 1994. Él hizo otro estudio de suelos y definió las parcelas que hay ahora con diferentes calidades en función de las orientaciones, terrenos, etcétera. También plantó merlot. La buena viticultura permite la expresión del terroir y la mala la pude enmascarar.
Luego conocimos a Ángel Anocíbar, un enólogo muy joven pero que había hecho ya una buena carrera en Burdeos y tenía mucha pasión. Navarro y algo tozudo, pero un poco loco como Pascal. Era el perfil idóneo: los cuerdos son demasiado prudentes. Además, los dos cumplimos años el mismo día: el 7 de abril.
Por esa época Moré se retiró y Daniel Vasella, el siguiente presidente [ya como Novartis tras la fusión de Sandoz con Ciba-Geiby] sí que era un gran apasionado del vino.
¿Cómo se diseñó la bodega?
Fue una carta de Pascal a los Reyes Magos porque pidió la bodega de sus sueños y Brugué le apoyó. Se hizo una adaptación tecnológica de la bodega de Bélair donde se trabajaba por gravedad y sin bombas, pero de forma más rústica. También se puso mesa de selección porque Delbeck había sido el primero en utilizarla en Bélair 1978.
¿Y el estilo de los vinos?
Usamos menos roble del que la gente quería. Teníamos la filosofía de Émile Peynaud y Pierre Coste [el primero fue el gran referente de la enología moderna; el segundo, profesor y négociant en Burdeos] de no querer enmascarar el vino con madera ni con nada. En los inicios, el vino de Abadía Retuerta que prefería Alain Senderens [el primer chef en trabajar sistemáticamente los maridajes entre vino y comida] era el Primicia porque decía que era de una originalidad total. Se hacía una fermentación tipo carbónica, pero aguantaba muy bien en botella, tenía mucha fruta y era ideal para acompañar con la cocina española de la época. Era lo más interesante que podíamos hacer con viña joven al principio.
Luego vino el Selección Especial, que es un gran tinto por su precio, calidad y la regularidad que Ángel Anocíbar imprime a sus vinos.
¿Qué recuerdas de otros vinos que se elaboraron y luego desaparecieron?
Las cuvées se plantearon como vinos de diferentes perfiles mientras se esperaba a los pagos que necesitaban más años para hacerse. Campanario era una cuvée estricta y con toda la austeridad de la finca mientras que Palomar era más festiva. Sentí una chispa la primera vez que probamos la Cuvée Palomar porque era un vino alegre, de mesa. Todos los vinos tienen vocación de ser bebidos en la mesa y acompañados de comida salvo quizás un champagne que se puede tomar de aperitivo o a las siete de la tarde.
¿Qué otras personas ayudaron a sacar el proyecto adelante?
Además de los que ya he mencionado, el periodista Víctor de la Serna [hoy también productor de vinos], que se volcó y nos dio unas ideas fantásticas. Hicimos muchos viajes con él a la finca y pasamos mucho frío. También nos puso en contacto con Carmelo García Caderot, director de arte de El Mundo, que hizo esas etiquetas sensacionales de los ángeles de la abadía que destacaban tanto en los lineales. Recuero también los ánimos de Pelayo de la Mata, marqués de Vargas, y de los periodistas Óscar Caballero, Paz Ivisón entonces desde la revista Gourmets y los que llamamos “los 25 de Retuerta”, un grupo que trajimos en autocar desde Madrid para conocer el proyecto.
¿Cuál es la botella más memorable que has probado de Abadía Retuerta?
Probablemente, una del 95 que ni siquiera sé cómo la hicimos, pero la abrimos 25 años después y estaba perfecta.
Un consejo de alguien que ha descorchado infinidad de botellas
Al vino hay que ir con mucha humildad. Un vino cuando nace es como un bebé, todos son guapos. Hay que tener mucha experiencia para saber cómo van a evolucionar. Por eso hay que entrar con vinos honestos y con un precio justo. En el mundo del vino hemos pasado de tener vinos horribles a que todos se puedan beber, pero son tecnológicos. Cada vez se hacen más vinos en la bodega que en la viña. Pero con Ángel Anocíbar y Pascal tenemos la seguridad total de que haremos los vinos en la viña.
¿Cuál es la base de un buen vino según Juan José Abó?
Pascal y yo teníamos un código que dice, entre otras cosas, que:
¿Cómo ves la evolución del proyecto en todos estos años?
De lo que yo vi a lo que veo ahora se ha hecho un trabajo heroico en viñedo (el compromiso ecológico con el entorno es brutal) y en bodega, y con la inteligencia de corregir cosas que no funcionaban. Todos mis amigos de gran nivel del mundo del vino se quedan asustados de lo que se ha conseguido. Hemos tenido la suerte de que Jörg Reinhardt, el sucesor de Vasella, sea un amante y conocedor del vino sin fanatismos; aprecia los grandes vinos del mundo y los españoles, sabe lo que cuesta hacer el vino y se afana en preservar la herencia vitícola de Retuerta y desarrollar su potencial. El viñedo de Retuerta está ahora en el proceso de una persona de 30 años; de aquí a otros 20 años yo creo que ya habremos llegado a la madurez.
¿Dónde estará Abadía Retuerta Le Domaine entonces?
La veo entre los vinos respetados del mundo. Aún no hemos descubierto todo el potencial que tenemos, pero es que el socio naturaleza pide tiempo. Por ejemplo, si no hubiéramos esperado por la merlot [ha cambiado su ciclo en los último años y los resultados ahora son sorprendentemente buenos], no lo habríamos conseguido.
¿Qué es lo más importante que le ha dado el vino a Juan José Abó?
Aparte de mi mujer, que es incombustible, el vino y la música son mi vida. El vino me ha permitido conocer gente encantadora, gente que en el 90% de los casos son personas auténticas porque sufren los embates de ese socio que es la naturaleza. Recuerdo una visita a Chave en Hermitage que coincidió con una tormenta de granizo que apenas tres minutos arrasó el viñedo. Y Chave, con 80 años, dijo que no habría cosecha ese año pero que lo verdaderamente terrible habría sido que alguno de sus hijos o nietos hubiera tenido un accidente.
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